sábado, 31 de diciembre de 2011

La muerte de un dictador

   Las exequias de Kim Jong il mostradas al mundo como el homenaje póstumo que los coreanos de Norte tributan al líder muerto del país, es un ejemplo de cómo un régimen dictatorial , férreamente opaco a la información, donde los medios de difusión nacionales (prensa,radio y TV) no pueden salirse de la partitura que el régimen les exige, y sin embargo, muestran al exterior, la magnitud de unos funerales en consonancia con el culto a la personalidad del dirigente fallecido.

Un reportaje frío por las condiciones meteorológicas, frío por la minuciosidad y matemática puesta en escena, gélido porque no despierta en el espectador ni la más mínima conmiseración hacia la persona desaparecida. Histéricas e histriónicas son las manifestaciones de dolor de las personas presentes mientras desfila el cortejo fúnebre, que  llega a producir en el espectador rechazo por la sospecha de la teatralización de las emociones impuesta por las autoridades. Hay que enseñar al mundo lo bien amado y respetado que Kim Jong il era por su pueblo ,en el último momento.Ese pueblo no habla. Ese pueblo del que no sabemos nada, ni cómo viven, ni cómo mueren, aunque de tanta oscuridad se deduce que no hay nada bueno que enseñar al otro lado.Por no haber nada bueno no hay ni disidentes que vivan en el país y si los ha habido están callados, presos o muertos.
Manifestaciones donde los diseñadores del evento han podido inspirarse ha habido en la historia. Las inmensas y perfectas alineaciones de Hitler con sus soldados desfilando al paso de la oca, filmadas por Leni Riefenstahl y las espectaculares paradas militares de la URSS con los grandes retratos de Lenin y Stalin en la plaza Roja, con gran participación humana y armamentística. En suma gran manifestación mortuoria perfectamente orquestada y con una intención propagandística. Ha desaparecido un dictador. Lo malo es que, al norte del paralelo 38 la dinastía tiránica se perpetúa en su obeso hijo Kim Jong II

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